El concepto de “deuda digital” tiene una peculiaridad: si se preguntara a diferentes CIOs qué significa, seguramente se obtendrían respuestas muy disímiles. Sin embargo, más allá de que puedan diferir en las palabras, todos comparten la sensación: es el principal obstáculo en el camino hacia un proceso de transformación digital sustentable.

En líneas generales, se conoce como “deuda digital” o “deuda tecnológica” a todo aquello que debió haberse realizado en este campo y por alguna razón -falta de presupuesto, ausencia de sponsorship de la alta dirección, procrastinación en pos de otros proyectos que resultaron más urgentes- nunca se hizo. Por ejemplo: actualizaciones del parque de hardware, el desarrollo de aplicaciones basadas en tecnologías modernas, sistemas que se comunican permanentemente y que nunca fueron integrados, políticas de seguridad que quedaron varadas en los primeros antivirus, herramientas que quedaron obsoletas o migraciones abandonadas a mitad de camino.

También son parte de la deuda las malas decisiones, como la compra de arquitecturas no alineadas con el panorama de IT o despliegues masivos de esquemas de Shadow IT (es decir, en los que el usuario final decide qué implementaciones tecnológicas se realizan para su área, fuera del control central del área de Sistemas) que llevan a herramientas duplicadas y fugas de seguridad profundas.

Las complejidades que trae consigo la deuda digital son igual de numerosas: aumento de costos de mantenimiento, baja productividad, problemas de escalabilidad o para dar soporte al crecimiento de la organización y, tal vez el más importante y el más difícil de medir, el costo de oportunidad: ¿cuánto mejor podría ser la empresa si estuviera al día desde el punto de vista de IT?

La pandemia aceleró la vida digital y llevó a replantear a las empresas a pagar sus deudas digitales. La procrastinación ya no es posible. La demora en la toma de decisiones afecta de manera negativa el futuro de una organización y la aleja de sus competidores y de las nuevas necesidades de los consumidores.

La buena noticia: también como consecuencia del COVID-19, muchas organizaciones latinoamericanas comenzaron a saldar esta deuda. De hecho, casi el 60% de las empresas en la región planea incrementar su gasto total en IT durante 2021, contra casi un 30% que piensa mantenerlo estable y apenas un 10% que lo disminuirá. Mientras tanto, IDC detectó que un 39% de las compañías está dispuesta a cerrar la brecha digital a lo largo de este año.*

¿Cómo abordar este problema? Si bien muchas empresas se ven tentadas hacia un enfoque Big bang que tienda a resolver todo de una sola vez, resulta muy costoso y muchas veces lleva al fracaso y la frustración. El segundo camino, la reducción sistemática de la deuda, no solo es el más recomendado, sino que además se ve facilitado por tecnologías como la computación de borde (Edge Computing) y los modelos “as a service”, que permiten efectuar actualizaciones de manera ágil y sin perjudicar los presupuestos.

El saber popular dice que “las deudas siempre se pagan”. En el caso de la deuda digital, ponerla al día es esencial: no porque haya un acreedor esperando ni porque estén corriendo intereses insalvables, sino porque el costo de acarrearla en el largo plazo podría afectar la supervivencia de la empresa.

* https://www.idc.com/getdoc.jsp?containerId=US46541020 

 

Jon Paul "JP" McLeary

Autor:
Luis Piccolo
Vicepresidente Senior de Ventas, Clúster Sur
Lumen, LATAM

Disponible en Português (Portugués, Brasil)